Óleo contra la violencia: asedio a Augusto Rendón

Por Jairo Patiño Pérez

Esos domingos eran un poco más domingos, cuando llegaba su pa­dre o cualquiera de los tíos de un pueblo cercano o del centro de Medellín, y traía debajo del brazo una bolsa dentro de la que había un cuadernito y unos lápices de colores. El recién llegado agarraba la bolsa-regalo, estiraba la mano y la entregaba diciendo: "Te traje esto". Entonces él la recibía con una sonrisa absoluta, miraba con ojos de gratitud, y se sentaba en una esquina. Abría ese cofre de plástico, sacaba el regalo y se de­jaba invadir de olores. De ese aroma que sólo tienen los lápices nuevos y las hojas vírgenes de un cuaderno.
Luego de esas alegrías vino la pintura. Fue como una forma de hacer sólidos esos olores, y enton­ces los lápices y las hojas empe­zaron a tener mucho trabajo. Primero unos dibujos simples, y luego un día a día que convirtie­ron a Augusto Rendón en artis­ta. En pintor... Ya pasaron unos sesenta años de esas primeras "obras" y esos "lienzitos de pa­pel" se convirtieron en colección de obras, exposiciones, premios y reconocimiento en todo el mundo.
Rendón acaba de hacer una de las recopilaciones más impor­tantes de su obra, y la ha colgado en la galería Fábula de Bogotá. Es una muestra que recorre todos los años de su carrera y allí se puede ver la esencia y el cami­no que ha seguido para llegar a ser uno de los personajes más importantes de la plástica nacio­nal. "Yo siempre he tratado de ser muy incoherente con mi obra –dice Rendón–, porque además de plasmar aquellos estados de ánimo me gusta variar los temas. Soy un gran lec­tor de 'La Biblia', de Las mil y una noches, y de mucha literatura que tiene que ver con lo fantástico entre ellos Jorge Luis Borges. Entonces parto de todas estas mitologías, y me considero todo un estudioso de esa historia fantástica del hombre".
Sus cuadros son su forma de ver el mundo. El tema que pre­domina en ellos es la violencia y los desnudos "para mostrar el mundo tal como es", dice. Así mismo, la tauromaquia también es la inspiración de muchas de sus obras, pero la presenta de una forma especial porque el héroe no es el torero sino el toro que siempre gana esas batallas congeladas en sus cuadros.
Los temas religiosos también tienen un espacio especial en sus trabajos, y son imágenes que vie­nen desde los años de colegio cuando una profesora, cansada de tanta distracción e indiferen­cia del "alumno Rendón", lo con­virtió en algo así como el ilustra­dor de sus palabras, y todo lo que ella iba explicando el "pequeño artista" lo iba plasmando con ti­zas de colores en el tablero verde oscuro. La clase de religión se hi­zo la más amada.
"Estudié en un colegio de rnonjas de La Presentación. Tuve unas profesoras terribles, de esas casti­gadoras, de pellizco y de vainas de esas. Pero entre todas esas me encontré con una que se dio cuenta que yo sabía dibujar, y que era muy desatento en las cla­ses porque siempre me la pasaba dibujando. Era la clase de reli­gión, que ella enseñaba apoyada en el evangelio, y a mí me ponía en el tablero a dibujar el episodio que estaba explicando. Esa clase yo la esperaba ansiosamente".

Augusto Rendón: "Toreros muertos"

¿Pinta tauromaquia porque le gusta?..
No, a mí siempre me ha lla­mado la atención la violencia en todos sus aspectos. El hombre, es supremamente violento y convierte el sacrificio cruento en un espectá­culo.

¿Es una protesta?
En toda la tauromaquia que he trabajado desde hace muchos años, incluso desde que era estu­diante de bellas artes, yo siempre he pintado al toro atacando al tore­ro. Matando al torero. Digamos que el toro es el que llevaba las de ganar.

¿Qué otros temas y per­sonajes se encuentran en su obra?
Hay muchos temas bíbli­cos. Por ejemplo está la histo­ria bellísima de de Judith y Holofernes, y es una historia que no te la explican muy bien dentro de La Biblia, pero que deja ver entre líneas el amor de este general imbatible que perdió la cabeza por su pasión. Entonces yo lo he toma­do como un simbolismo que se utiliza mucho en nuestra época. Uno se enamora y pierde la cabeza en manos de una mujer ¿o no?

¿Cómo es su proceso de creación artística?
Pues yo creo que es una especie de diálogo. No quiero ser esnobista en eso, pero para mí es muy dificultoso el acto de pintar. Yo admiro aquella gente que pinta fácilmente, que realiza un cuadro sin ningún problema aparente. Yo pongo una tela de cualquier medida, no tengo así medidas específicas, la templo sobre la pared y me pongo a mirarla, a ver qué me empieza a decir. A veces se producen manchas por la refracción de la luz, o a veces en ese diálogo mudo que se estable­ce empieza de pronto a nacer una idea. Esa idea, de todas maneras, tiene un origen en el conocimiento que ya he experimentado.

¿Por qué terminó en la pin­tura?
El primer recuerdo que tengo es que me encantaba dibujar, y uno de los grandes regalos que a mí me podían hacer, que me fascinaba en esa época, era cuando me traían una cajita de colores y un cuadernito. Inclusive me seducía el olor del papel fresco y de los lápices, que siempre tienen unos olores especiales... Todas las cosas tie­nen un olor, y yo soy muy sensi­ble a esos olores. Incluso los libros. Hay libros que me gustan por el olor que despiden.. ."Tengo varios recuerdos tempranos de mi niñez. Incluso guardo la imagen de una mujer que era la que nos cuidaba, y con quien salíamos al campo. Ella recogía el barro de una quebrada y hacía unos caba­llitos que después los forraba con trapitos. Los vestía. Ese recuer­do me quedó muy grabado, y de ahí creo que sea el origen de los caballos de mi pintura.

¿Para dónde va su oficio, su carrera?
Eso es una incógnita, y lo ha sido siempre. Además, uno está rodeado de muchas dudas. Yo siempre tengo miedo de si lo que hice vale, o no tiene valor. Sirve, o no sirve para algo. De todas maneras tengo muy presente una ense­ñanza de Alejandro Obregón, que fue uno de los pintores colombianos que más he admi­rado... Alguna vez comentába­mos sobre ese bellísimo mural que está en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Es abstracto. Es una gran abstracción, pero en un rinconcito hay un pajarito sobre unas piedras. Entonces le pre­gunté a Alejandro por qué pintó ese pájaro que no tenía nada que ver con el tema. Y me dijo, "es que está hecho a la altura de los niños, para que los niños se entretengan". Yo dije claro. Esa es la finalidad del arte: entretener a los niños. No buscar originali­dades que ya no existen porque ya todo se hizo.

Tiempos del Mundo
16 de noviembre de 2000