Una drogadicción espiritual: Augusto Rendón

Por Claudia P. Moreno
Pintor del presente y sus adversidades, de la violencia sin solución. De la opresión vestida de militarismo en todas sus facetas, de la tolerancia incansable. Un  pintor que en sus paletas y tubos se desnuda para descubrir su interior y para dar en cada una de sus pinceladas pistas en el juego de la totalidad. Un incrédulo de todo, con una sola convicción: su pintura.
Solo y en silencio, se expone casi todas tardes frente a una tela esperando que ella le grite lo hay que pintar. Tratando a su obra como a un gran hombre, como diría Schopenhauer, se queda delante de ella y espera paciente a que se digne a hablar.
Aferrándose a su memoria y dejándose llevar por sus fantasías lucha con los lienzos y sufre con ellos, "todo por la dificultad de la búsqueda". A veces, inspiración y artista se encuentran de un día para otro. A veces, tardan de dos a tres meses y hasta un año, pero sin lograr conversar. "Hay ocasiones en las que uno se da contra un muro, y hay cuadros que hasta se rompen, después de haberles hecho tanto que se llega al cansancio y la saturación”.
En esos momentos le duelen sus obras, como le duelen al venderlas y al desprenderse de ellas, pues quisiera ser su único coleccionista. "Esa es la paradoja de mi trabajo, pintar para los demás", dice, con la tristeza de sólo pensarlo, pero con la alegría de saber que casi todas están en buen lugar. Sin embargo, la nostalgia lo invade de pronto y el recuerdo de sus primeros dibujos lo ponen a pensar. Sus representaciones del Evangelio en el tablero o su primer paisajito que hizo en una cajita de metal, lo devuelven en el tiempo, como preguntándose dónde se quedaron y hacia dónde van. Pintar para otros es su filosofía, pero no por unos cuantos pesos o para una exposición, sino para mostrarles su mundo romántico y repulsivo y para volverlos adictos a su pintura, como si se tratara de una "drogadicción espiritual". Dar punta a su carboncillo y emborronar un nuevo papel es su disciplina habitual para tener cada día una nueva historia que contar. Su estado de ánimo es la excusa perfecta para elegir el tema y la técnica que va a utilizar. La pintura son todos los ánimos que puede exteriorizar a través de la decantación de la cultura de toda su vida, y la música, su cómplice para lograrlo.
Un cómplice clásico que le produce estados de calma en el momento de empezar el cuadro. Cuando ha avanzado, la pincelada cambia, y el ambiente. Entonces el movimiento de sus manos baila al ritmo del jazz, del blues o de un bolero, hasta que surge su pincelada final, al compás de unas claves de buen son o de una vieja salsa. Es tanta su compenetración con la música que hasta le ha hecho su cuadro. "Cuando asistía a conciertos tornaba apuntes y después hacía acuarelas de los músicos y de los diferentes grupos y hasta orquestas ".
Con ella ha pasado de los pasteles, acrílicos y acuarelas hasta llegar al relieve, el yeso y el grabado. Ha utilizado desde el lápiz hasta el carboncillo y las plumillas para pintar la guerra, la miseria humana y en alguna ocasión, las impenetrables líneas de la arquitectura. Así, en medio de notas va sacando bocetos y figuras, reflejando el mundo de las mitologías, de la violencia, de los oprimidos y de los desnudos sin edades para que la gente desfogue todas sus sensaciones y despierte sus emociones. "Mi propósito es escandalizar a la gente, porque hacerlo es un hecho cultural y la ignorancia es la que hace escandalizar frente al arte".
Con todos los temas retrata algo de sí mismo.
Con todos también ha causado controversia y ha cuestionado a su público. Según él, lo ideal es mostrar el mundo tal y como es, por ello prefiere la violencia y los desnudos. Con am­bos ha logrado que la gente se conmueva y que no pase indiferente ante sus cuadros. "Pretendo dar corno una patada en el pecho y un sacudón", agrega.
La violencia, representada en sus armaduras, han sido los fantasmas de los cuales se quiere despojar, su única forma de poder estallar. Los desnudos han sido la prolongación de su inquisitiva mirada voyeurista. "A veces utilizo la modelo sólo por el placer de contemplar un desnudo; pero soy un mal retratista". Prefiere imaginar antes que transcribir, prefiere dejarse llevar por sus fantasías y su transpiración. Picasso decía, "el arte es 10% inspiración y 90% transpiración".
Cada recorrido de sus ojos le devuelve su propia mirada, sus mundos internos, sus percepciones externas. Esa misma mirada le ha permitido reparar en sus obras y le ha dado la oportunidad de hacer nuevas lecturas a las de otros artistas. "Como en un buen libro yo leo una y otra vez las obras, con el fin de ir descubriendo cosas que no vi en la primera o en la segunda mirada".
En cada cuadro repasa como repasa en su vida y todos son recuerdos de su niñez. En cada lectura de sus obras huele el olor de los lápices y del papel que hace tantos años su padre le traía para que plasmara cada idea que se le cruzara por ahí. Desde entonces ha tomado prestadas varias técnicas y muchas combinaciones del color para irlas devolviendo una a una en sus pinturas. De Goya tomó su violencia a través del claroscuro, de Van Gogh, un poco de su expresionismo exacerbado y de Picasso aprendió la modernidad y las mil y una cosas que se pueden hacer con el arte.