El maestro Augusto Rendón

Augusto Rendón: "La Gabarra", Tríptico, primera parte.
Por Fernando Guinard
Pariente lejano de Clara Sierra, la terrateniente y ganadera más recordada del país, hijo de un exitoso contador que cayó en desgracia cuando negoció con café, egresado de la Academia de Bellas Artes de San Marcos en Florencia, Italia, casado en primeras nupcias con la condesa toscana Gioietta Gioia, todo parecía indicar que Rendón sería un antioqueño burgués, pero no fue así, sólo llegó a ser uno de los mejores grabadores en la historia del arte al lado de Durero, Rembrandt, Goya, Köllwitz y Picasso.
En el año 1963, Augusto Rendón ganó el primer premio de grabado en el XV Salón Nacional de Artistas con la obra titulada Santa Bárbara, una protesta contra la masacre realizada en el pueblo antioqueño de ese nombre y donde murieron muchos sindicalistas que ejercían el derecho al paro. Fue la primera vez que premiaron un aguafuerte en la historia del arte colombiano. El grabado y el dibujo eran artes menores comparados con la pintura que siempre había sido considerada como la "prinma donna" en los salones nacionales. Los artistas sociales, llamados "comprometidos" por los detractores de la tendencia que se caracterizó por denunciar los abusos del poder por medio de dibujos, aguafuertes y pinturas, con una fuerza y fogosidad mucho más expresiva que cualquiera de las fotografías de los más audaces reporteros gráficos de la época, arrasaron con los más importantes premios en disputa. El pintor Alejandro Obregón fue declarado "fuera de concurso" con la pintura titulada Genocidio, que representaba los estertores de la muerte debidos a las guerras fraticidas ocurridas en el país desde el año 1947.
Ya mucho antes, el poeta Paul Valery había dicho que la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen en favor de gentes que sí se conocen pero no se masacran.
Carlos Granada recibió siete mil pesos por el premio de pintura con la obra titulada Solo con su muerte, una denuncia frontal que mostraba el abandono de la niñez inocente víctima de la sevicia de los asesinos.
Pedro Alcántara Herrán recibió mil pesos, que habían descontado del premio de grabado, por el dibujo titulado Naturaleza muerta, y Rendón recibió los dos mil que quedaban por el grabado La masacre de Santa Bárbara. Era una atmósfera mortuoria que impregnaba el ambiente real y el ambiente plástico en Colombia.
Eran artistas sociales y sensibles que no se podían quedar indiferentes frente a la atroz realidad, además, se oponían a la doctrina abstraccionista y a las recetas cosmopolitas del arte decorativo y sin contenido espiritual.
Con mucho sentimiento, a veces con burla, pero con gran seriedad y energía, ha plasmado su mirada sobre los abusos e injusticias sociales del establecimiento. Ha denunciado las masacres y el sufrimiento de las decenas de niños que mueren diariamente de hambre en Colombia, y la tragedia de aquellos que estando vivos, están muertos, porque les han negado la educación.
Además, de frente y sin ironía, se ha burlado de los mitos jerárquicos de las organizaciones religiosas y militares y de los políticos que tienen al país al borde del colapso.



Por esa época, el caballo, animal noble de formas plásticas concretas y armoniosas, es el protagonista de las escenas y simboliza a los que no tienen voz.
Cuando se contorsiona y relincha, exorciza la pesadilla de la realidad nacional en medio de atmósferas dramáticas iluminadas con las luces del más allá. El hombre reside en la tierra más allá de la matanza y los falos extravagantes significan el poder fecundante de los desposeídos que algún día poblaran la tierra exentos de hambre, frío y pobreza. Cumplen una función revulsiva contra los moralistas que ven pornografía hasta en una mata de plátano.
Hay quienes piensan que Rendón es mejor grabador que pintor. Él dice que en la época de estudiante en la Academia de Bellas Artes de Florencia tuvo la oportunidad de conocer al pintor y escritor Carlo Levy, autor de un libro muy famoso que fue llevado al cine llamado Cristo se detuvo en Eboli. Los críticos literarios consideraban que el autor del libro era un magnífico pintor y los críticos de arte pensaban que el pintor Levy era un excelente escritor.
Augusto Rendón define al verdadero artista como un artesano y no como un ser endiosado a quien el éxito se le sube a la cabeza, le deforma el pensamiento y le mata la imaginación. De esos que no cambian de estilo y cuya fórmula rentable los ha posicionado en el mercado del sabor comercial.
Rendón, al contrario, pinta para no vender su obra a una burguesía insulsa. Si alguna persona se identifica con su propuesta plástica y le interesa adquirir un trabajo suyo en el taller, siente una gran satisfacción, si no les gusta la obra y no le compran, le da lo mismo, pues él pinta por goce personal y es coleccionista de su propia obra. Piensa, como Picasso, que el artista es un coleccionista pobre, y como no puede comprar las obras maestras del Renacimiento, las copia, pues el arte es algo muy sencillo, es simplemente una expresión personal con un poquito de habilidad.
Leonel Góngora fue uno de sus grandes amigos. Hubo un momento en que el vulgo confundía el trabajo de los dos, como sucedió en una época con los trabajos de Braque y Picasso. Nadie copiaba a nadie, eran, simplemente, energías gemelas. Hay muchos artistas que buscan con desespero la originalidad para no estar out en la tuerta visión de aquellos que consideran las influencias como nefastas. Para Rendón el arte no consiste en ser original, pues la originalidad no existe. Las influencias dan origen a nuevos estilos, así como la mezcla de razas da origen a nuevas razas.


Augusto Rendón: "El rito"


Augusto Rendón describe el erotismo como un juego de seducción cuyo elemento clave es la sutileza que permite alcanzar los más bellos objetos del deseo. La meta final es la realización del goce erótico, así como la meta final del proceso creativo es la realización del goce estético. El sexo es la única acción por la que vale la pena vivir, cuando se acaba, la gente se muere.
Cuando su pintura se detiene en temas místicos originados en la mitología judeo-cristiana, continúa con su crítica innata y su tono burlesco. Como no es creyente, considera a la religión como una droga más dañina que cualquiera de las psicotrópicas que consumen aquellas personas con otras concepciones culturales.