Biografía

Augusto Rendón. Foto de Hernán Díaz, 1972
Augusto Rendón nació en Medellín, el 2 de febrero de 1933. Perteneciente al Grupo Expresionista Colombiano y cultor de varias técnicas es uno de los más prestigiosos artistas contemporáneos. Especializado en pintura mural y grabado en la Academia de Bellas Artes (Florencia - Italia), fue profesor de plástica de la Universidad Nacional de Colombia. Su obra ha participado en diversas exposiciones entre las que sobresalen: la Muestra de Artistas Latinoamericanos en Roma (1958), la Exposición Internacional de Grabado en Frenchen (Alemania, 1972) y la Bienal de Tokio (1962). Obtuvo dos veces el Primer Premio de Grabado en el Salón de Artistas Nacionales (Bogotá, 1963 y 1966), y el Premio Internacional de Arte sobre los Derechos Humanos (1968). La Secretaría de Cultura de Bogotá le rindió un homenaje por su vida y obra el 15 de septiembre en el Claustro de San Agustín. 

E-mail: comunpresencia@yahoo.com

Entrevista con Augusto Rendón

Augusto Rendón. Foto de Amparo Osorio, 2011
El artista invisible
Por Gonzalo Márquez Cristo
—Estoy muy conmovido, me ocurrió algo fatídico, sin embargo creo que fue Cioran quien dijo: “Si la muerte no fuese una solución ya le habrían encontrado el remedio”, pensamiento justo y luminoso —afirma Augusto Rendón ingresando a su sala en una túnica blanca y sandalias, y abriendo una botella de whisky sin preámbulos innecesarios.
—No comprendo su desolación, pero así se comienza un reportaje verdadero, no se imagina cuántas veces he perdido el tiempo con pintorzuelos que pretenden conversar durante horas al ritmo adocenado del agua.
Rendón sonríe y se sienta en una mecedora señalando el horizonte de una tormenta que se avecina.
—Me ocurrió algo muy doloroso la semana pasada: mi perra dálmata Urania, murió luego de leer mi mente durante una década y media. Ahora me encuentro a merced de los seres humanos… Realicé el ritual del adiós pues tengo un gran respeto por el fin, estado profundamente necesario, y hasta ahora estoy sobreponiéndome. Las religiones se sirven de la arrogancia del hombre y comercian con sus ansias de inmortalidad, pero por suerte somos perecederos. La muerte es benéfica, no podemos olvidarlo. El cristianismo y todos los credos monoteístas son catastróficos. Es curioso pensar que los paganos, eran en la antigüedad los campesinos, aquellos ingenuos seres que en los bosques (los pagus) o fuera de las aldeas, no habían sido catequizados y seguían adorando libremente a sus dioses totémicos….
—Al contemplar su obra es notorio el interés por los temas bíblicos, y lo que es paradójico, por el ateísmo. Son numerosas las figuras religiosas que lo han trastornado…
—La Biblia, es el libro de los despropósitos. En el Antiguo testamento ocurren más injusticias por página que en un noticiero televisivo de un país tan ultrajante como Colombia. Pensemos en el pobre Job a quien una divinidad perversa somete a sus caprichos, arrebatándole lo que más ama tan sólo para probarlo. Y recordemos a Lot, quien canjea sus hijas por dos desconocidos que hospeda en su casa y que pretenden ser violados por la turba colérica de Sodoma… Son múltiples los ejemplos…
—¿Le debemos algo benéfico a las religiones?
—Desde luego, el gran arte religioso que nos enseñó el cuerpo de los ángeles, esas figuras perturbadoras carentes de sexo que imponen una de las formas más extrañas de la feminidad.
En la pared central de la sala una excitante Cleopatra pintada al acrílico cena con Rendón sin advertir la presencia de una cobra que vigila en un cesto.
—El arte desde la época de las cavernas hace soñar. Ese es su objetivo primordial, gracias a él he podido compartir con Cleopatra, con Judith y Salomé, y con algunos especímenes femeninos bellos y atemorizantes.
Levantamos los vasos para brindar.
—Sé que su acercamiento al arte partió de la contemplación de algunas imágenes religiosas…
—En especial la Magdalena penitente de Tiziano. La primera versión fechada en 1533, que hoy se encuentra en el Palacio Pitti, es de una fuerza erótica ejemplar. Yo tenía ocho años cuando espiaba por una ventana la casa vecina tan sólo para ver una reproducción de esa imagen extática con los senos al descubierto, entre su larga y ondulada cabellera...
—¿Cree que el erotismo requiere de una prohibición para nacer, que es el salto sobre el interdicto?
—Sí, el erotismo es otra de las pocas dádivas de las religiones, la más fascinante. Es la fuerza que transgrede un dogma. He pintado a la bella y casta Susana bañándose, que en el Libro de Daniel es perseguida por unos viejos sórdidos, quienes primero la contemplan en su ceremonia acuática y luego la condenan a muerte por no aceptar sus propuestas. Es una de las situaciones más obsesionantes del arte pues ha sido recreada por Rembrandt, Rubens, Gentileschi, Van Dick, Tintoretto, Altdorfer, Guercino, El Veronés…


"Judith y Holofernes", obra de Augusto Rendón
—¿Y Judith y Holofernes?
—He pintado a esta pareja desdichada varias veces. Es un episodio inverosímil como tantos del Antiguo testamento, pues no puedo creer que una mujer judía pudiera entrar tan fácilmente a la tienda del poderoso general asirio para decapitarlo. Algo se insinúa entre ellos, fue entonces otro gran amor decapitado.
El vendaval azotaba un edificio vecino en construcción. Un remolino de polvo ascendía temerario. Nos acercamos a la ventana para contemplar el poder circular del viento que levantaba hojas y papeles, y hacía temblar los cristales. La tempestad era atronadora. El oro del whisky atemperaba nuestro ánimo.
—Cuando estudió en Italia pudo recorrer ese país… Para los cultores del arte, Pompeya, la licenciosa ciudad romana sepultada por la erupción del Vesubio en el año 79, que sorprendió a los habitantes en su cotidianeidad, en su intimismo, convirtiéndolos en esculturas de piedra, es una de las ciudades sagradas del erotismo…
—El artista es ante todo un voyeur. La Villa de los Misterios de Pompeya marcó mi vida sexual y de alguna manera mi expresión artística. Sus frescos son magníficos. Los ritos cruentos en homenaje a Venus, el sadomasoquismo, los seres humanos esculpidos por el fuego, son indescriptibles. Esa ciudad, que alguna vez estuvo tan viva como pocas, fue destruida en segundos y aún conserva la fuerza de su erotismo, el vigor de la fascinante danza del amor y la muerte. Era un pueblo vibrante. Allá nadie estaba solo, o tal vez únicamente Plinio El Joven, quien por eso abandonó ese lugar febril y pudo salvarse para narrar la crónica de esa erupción colosal. El rojo y el amarillo de esas pinturas no he podido olvidarlos jamás. Al caminar por sus ruinas me quedó la sensación de que la esencia del hombre no ha cambiado, que sus búsquedas sexuales y estéticas son casi idénticas, y que los cambios o progresos se dan tan solo en el terreno formal, nunca en su interior...
—¿Hay algún pintor del universo erótico que le sea imprescindible?
—Varios… Tiziano pintó a Dánae y la Venus de Urbino, Modigliani otras provocadoras obras maestras, Durero su Adán y Eva, Caravaggio a Judith y Holofernes… En la recreación de los episodios mitológicos y religiosos es donde el erotismo reina en todo su esplendor.
Los relámpagos marcaban nuestros rostros. Por la ventana la ciudad comenzaba a encender sus luces. Rendón se levantó para servir un nuevo trago, luego señaló una avenida que se extendía hacia el occidente en forma de Árbol de Navidad.
—Y, retomando el tema bíblico, ¿ha pintado a Jesús…?
—En tres ocasiones y con algo de ironía. Una vez lo dibujé bebiendo Coca Cola. En otra ocasión lo plasmé con taparrabo, también tengo una versión donde aparece con un brazo desprendido de la cruz. No comprendo cómo una religión puede ser tan cruel para postular que la redención está en el sufrimiento...
—El diablo también es una imagen de gran poder en el arte…
—Este personaje simpático y pintoresco ha despertado la imaginación de extraordinarios creadores. Es una figura omnipresente en nuestra vida pues nos inculcan su imagen terrorífica desde la niñez. Le debemos a Luca Signorelli una de sus representaciones más exquisitas, también El Bosco se aproximó a su figura perturbadora. El fascinante Macho cabrío de Goya es insuperable… No le perdono al cristianismo el haber usurpado la imagen de los faunos, o la del dios Pan, hermosa figura de la fertilidad y de la fiesta, para convertirlo en ese ser aciago productor del mal.
—Goya anima su pintura. La carga de los mamelucos y Los fusilamientos de la Moncloa lo sitúan como uno de los precursores del Expresionismo, territorio sensible que usted habita; además la serie de grabados Los desastres de la guerra es una referencia imprescindible de su arte…
—Sí, Goya, el visionario. Las catorce obras que han sido nombradas como sus pinturas negras son de una poesía desgarradora... Cuando regresé de Florencia donde estudié durante la década del sesenta pintura mural y grabado, me vinculé a la escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, y lo primero que hice fue reparar una prensa que estaba hibernando y comencé a plasmar bajo la técnica del aguafuerte y la punta seca, toda mi imaginería de seres asediados por la violencia, y sin duda Francisco de Goya, me dictó algunas de mis pesadillas gráficas.
—Podría decirse que resucitó el grabado en nuestro país, ¿aún lo ejercita?
—Sin la misma disciplina que antes, aunque en este momento trabajo poco el aguafuerte pero bastante el linóleo. Recuerdo con hilaridad que una vez nos invitaron, a Umberto Giangrandi y a mí, a un programa televisivo, porque querían rendirle tributo a los oficios de la aguja, y como nosotros trabajamos con esa herramienta para realizar los grabados, fuimos exhibidos allí como unas dulces costureras, ¿quién podrá creerlo?
—Durante la década del sesenta la violencia encontró su expresión pictórica en Colombia, sin duda por un sentido político que se vinculaba por entonces a todas las manifestaciones humanas…
—Durante esos años advertimos que el país se convulsionaba, se desangraba. Nuestra aventura estaba en realizar obras que contaran la realidad aciaga con un gran sentido estético, pero la motivación era testimoniar la injusticia. Goya no quería hacer un cuadro bonito al pintar Los fusilamientos sino denunciar el genocidio de las tropas francesas durante la toma de Madrid... A manera explicativa recuerdo que cuando Picasso pintó el Guernica, cenit del sentido político que puede alcanzar una obra de arte, un nazi le preguntó: “¿De manera que usted hizo esto?”; a lo que el genio andaluz le respondió: “Yo no, ustedes hicieron esto”.
Interrumpimos el diálogo para escanciar la bebida dorada. Rendón habló de esa metáfora que une al agua con el sol en el whisky, del maridaje con el fuego. “El color de la tormenta, ese es el que me gustaría hallar muchas veces”, dice atribulado. El viento se mostraba amenazante. Nos acomodamos para mirar hacia el horizonte convulso.
—Cree que algunas veces la violencia es una manifestación erótica…
—Sí, en lo que atañe a Sade o Sacher Masoch e incluso en las posibilidades contemplativas del arte. Pero cuando se trata de una avanzada política o militar, cuando los más indefensos se vuelven un objetivo de castas tiránicas, allí la posibilidad sensual o erótica se me escapa. Con Alejandro Obregón y otros artistas que trabajábamos este tema en forma sistemática, realizamos hace cuarenta años una exposición en Puerto Rico denominada Testimonios. Y allá, en esa pacífica isla tropical la muestra tuvo gran repercusión, pero en Colombia, cuna de aquellos improperios que describíamos en nuestra pintura, los medios se negaron a registrar la exhibición por considerarla subversiva.
—Como vigía de esa época de sustanciales cambios ¿cree que Obregón orquestó una fractura sin precedentes en el arte realizado en Colombia?
—Él inauguró la pintura colombiana; habíamos tenido buenos artistas pero que trabajaban con formas del pasado; en otras palabras: sólo habíamos tenido traductores del arte universal, pero nada verdaderamente nuestro… Claro que él venía de la estética de Antoni Clavé, porque uno siempre tiene un padre… Hasta Picasso tenía un progenitor…
—O varios… aunque Cézanne y Van Gogh sean los más referenciados...
—Bueno, Picasso asaltó todo… Él decía que “el artista es un coleccionista pobre”, porque debe pintar lo que no puede tener. Ahora me pregunto si quería tener la Monalisa cuyo homenaje cubista es tan inquietante y si deseaba tener en su casa la Maja desnuda de mi querido Goya cuya versión picassiana es tan desafortunada, tan vacía, tan carente de sensualidad.
—Hay uno o varios matices que se ensañan con los pintores. Van Gogh, dijo: “Yo lo único que he hecho es buscar el azul” y tal vez por eso encontró el amarillo, el color antinómico…
—De hecho hay unos colores que me deslumbran: el azul cerúleo y los verdes tierra... Admiré en 1990, en el centenario de la muerte de Van Gogh una completa retrospectiva que se realizó en Holanda. Allí volví a ver su color demencial y sus extraordinarios dibujos, en los cuales no me había extasiado antes, escondidos por el magnífico poderío de su color. Van Gogh es tan armónico como atormentado y pintó casi mil cuadros en diez años. Cuervos sobre el trigal es del año de su muerte. Pero nos queda el interrogante sustancial, pues si para ser buen pintor tenemos que sufrir tanto preferiría ser buen tendero.
—En la Carta 418 Van Gogh responde lúcidamente así a una crítica que le transmite Theo: “Dile a Serret que encuentro las figuras de Miguel Ángel admirables, aunque las piernas sean demasiado largas, los muslos y las caderas demasiado anchos. Dile que a mis ojos Millet y Lhermitte son verdaderos artistas, porque ellos no pintan las cosas como son, de acuerdo con un análisis somero y seco, sino como ellos, lo sienten…”
—Es un pensamiento irrebatible… Miguel Ángel no era buen pintor siendo el mejor dibujante, y así como era un escultor inalcanzable debemos aclarar que deformaba la anatomía, que pintaba a las mujeres con musculatura masculina, que sin duda las caderas de sus mancebos son muy anchas como dice Van Gogh, y que si observamos esa obra maestra llamada La noche, cuya imagen tengo pegada en la puerta de mi estudio, notaremos que provocaba errores que fortalecían su arte. Allí viola la norma anatómica de que en una pierna doblada el talón debe dar en los glúteos. Debemos pensar que este artista grandioso hacía a propósito estas distorsiones, porque sabía que el arte no debe representar la realidad sino inventarla.
—Recuerdo la frase categórica de El Greco: “Miguel Ángel era un hombre digno, lástima que fuera tan mal pintor”, que fundamenta la división de aguas del dibujo y la pintura. El Greco visitó la Capilla Sixtina a su regreso de Venecia, lugar donde comenzó el color a separarse del dibujo…
—Es cierto, ser pintor consiste en ser colorista y eso se aprendió en Venecia, décadas después de la explosión universal del arte que accionaron los florentinos. En otras palabras: los venecianos inventaron el color.
—¿Conoce la Capilla Sixtina después de la restauración?
—Produce una sensación contradictoria: es sublime e imperfecta. Cuando uno se para allí es inevitable pensar que Miguel Ángel inventó el comic.
—Y también la escultura de la contemporaneidad, sus cuatro Prisioneros se anticiparon algunos siglos…
—Esas piezas maestras que menciona me obligan a evocar una anécdota… En una ocasión con un pintor venezolano, mientras visitábamos la Galería de la Academia en Florencia, después de asombrarnos como siempre ocurre, por más veces que uno la visite, con el David de Miguel Ángel, contemplamos los Prisioneros, esas figuras tan polémicas por su condición inconclusa. Es de anotar que durante tres siglos se creyó que el artista no las había terminado por alguna contingencia, pero sólo en el siglo XX se comprendió que el genio las había dejado así, al descubrir que lo inconcluso tenía un atributo estético. Bueno, aquella vez habíamos bebido unos vinos y amparados en una euforia inolvidable le pedimos al guardia que nos llamara al director de la Galería, pues éramos artistas latinoamericanos y le teníamos una propuesta de gran importancia. Cuando apareció el adusto personaje le referimos nuestros estudios artísticos y pasamos a decirle con la mayor seriedad que nosotros, podíamos culminar esas obras que Buonarroti afrentosamente había dejado inconclusas, y que aún más, no cobraríamos nada, que todo lo haríamos por altruismo, pues nos parecía que un museo de esas características no debía tener piezas en ese estado tan lamentable… El tipo dio un paso hacia atrás alarmado, y después de superar el estupor, llamó a los guardias para que nos sacaran inmediatamente del recinto. La seguridad en pleno nos expulsó. Y nosotros, sin reírnos, abandonamos el lugar hablando de la incompetencia del director, y repitiendo estentóreamente en italiano: Eso nos pasa por filántropos, pero a quién se le ocurre exponer unas esculturas inconclusas en un museo de tanto prestigio…
El whisky giraba en el sentido estricto de las manecillas del reloj. Alarmados notamos que el hielo se acababa. Servimos los últimos “peces transparentes” como Rendón los denominó y nos levantamos con destino a la sala contigua donde el artista había preparado una exposición privada de su obra, y allí, arrodillados, fuimos admirando decenas de telas que yacían en el piso.
—¿No le parece que el siglo XX fundamentó la impostura en el arte y que tal vez sea necesario regresar al dibujo, a esa elemental técnica donde no es posible mentir?
—Sería consecuente hacerlo. El artista debe aprender lo básico antes de inventar artilugios. Es notorio que el lugar de la pintura y la escultura (dos artes adosadas al espacio), ha sido sustituido por el performance y el happening (dos expresiones esclavas del tiempo). También es evidente que sus cultivadores han especulado hasta la desesperación. El arte conceptual se basa en simples instantes ingeniosos pero eso no debe ser suficiente. Los artistas que comienzan, lo sé por mi prolongada experiencia pedagógica, se sienten como un corcho en un remolino y no saben que el arte no puede estar de moda porque entonces en pocos años tendríamos que buscarlo en el desván del olvido. Marcel Duchamp cuando hacía sus ready made jamás imaginó que dejaría una herencia tan vacía. Mi arte y el de mis compañeros de generación parece acorralado, y son pocos los canales que tenemos para divulgarlo. Excelentes artistas como Ángel Loochkartt, Carlos Granada, Leonel Góngora y Antonio Samudio, que me ejercitaron tanto en la vigilia, no alcanzan el espacio que se merecen ante la ceguera mediática. Las escasas galerías que todavía existen están dedicadas a lo decorativo, los salones nacionales optaron por lo conceptual. Yo por ahora, y mientras sigo incrédulo en la distancia las tendencias actuales, sólo puedo manifestar que estoy dedicado al Jurasik Art.


"Sueño del artista inconcluso", obra de Augusto Rendón
Rendón movía sin fatiga obras en ese escenario improvisado del piso y fueron habitando mis retinas: óleos de centauros y lascivos personajes bíblicos, mujeres despojándose ritualmente de su ropa interior y parejas comiendo uvas bajo la hoz de la luna, representaciones de masacres acaecidas en Colombia, grabados de caballos enfurecidos y esqueletos trenzados en una lucha más allá de la muerte, hasta que el artista se detuvo en un cuadro violeta de formato medio y separándolo de los otros dijo con voz trémula:
—Esta obra parece fruto de la hechicería. Al terminarla la cubrí con un barniz opaco y cual sería mi sorpresa al día siguiente cuando advertí que la imagen había desaparecido por completo. Trastornado por ese efecto extraño acudí a mi alquimia personal para retirarle el barniz y minutos después de pasarle la sustancia por la superficie la imagen retornó felizmente, sin embargo al secarse, de nuevo se esfumó. Con unos amigos incrédulos repetimos el truco ante una cámara de video y allí el milagro volvió a producirse, pero después de varias veces de repetir mi ceremonia la imagen regresó para quedarse, o eso creo; no obstante en ocasiones me produce cierto temor contemplarla, y aunque no soy supersticioso he pensado que un artista fantasmagórico borra a altas horas de la noche todo lo que yo hago...
—En Utopía de un hombre que está cansado de Borges —le comento—, el protagonista viaja al futuro donde un pintor le obsequia un cuadro, pero al retornar al presente observa que la imagen ha desaparecido y afirma en forma culminante:“En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta”.  
Quedamos en silencio por unos segundos ante la sentencia borgeana. Notamos que la entrevista llegaba a su fin. Antes de despedirme, y sin poder evitarlo, adquirí el óleo y lo dejé expuesto en mi sala al acecho de la magia. Sobra decir que durante la noche me levanté con sigilo varias veces para sorprender al invisible visitante que acostumbra a regresar para borrarla. Aún puedo apreciar la imagen misteriosa en su totalidad, aunque algunos puntos blancos en la esquina superior comienzan a llenarme de espanto.

Bogotá, viernes 9 de septiembre de 2011

Augusto Rendón: Entre el amor y el espanto

"Piscolabis con Ishtar", obra de Augusto Rendón
Por Gonzalo Márquez Cristo

La luz es una incesante herida en la obra de Augusto Rendón; la iluminación contrastada potencia la ferocidad de sus memorables grabados e inventa un ámbito donde ni siquiera los animales son ajenos al ímpetu del deseo o la batalla; y también con frecuencia en su pintura, un alto claror posee a alguna de sus imágenes, condenando a sus antagonistas a una atmósfera lunar. 

Durante seis décadas el artista ha hollado con obstinación los senderos del erotismo y la violencia. En el primero de los casos, como un secreto homenaje al Almuerzo en la hierba de Manet, fulgurantes figuras femeninas de sus lienzos (Cleopatra, Ishtar, Hera, Deméter, Afrodita) cenan desnudas con opacos hombres vestidos, en mesas cubiertas por manteles ondulantes, donde una perspectiva anárquica provoca tensión sobre los alimentos. Y estas grandes damas milenarias visitadas durante extrañas ceremonias gastronómicas, que componen una de sus más importantes series pictóricas, tienden a la simplificación formal soñada por Paul Gaugin —subrayo: en la estructura de sus figuras, no en el colorido isleño ni en la descripción étnica que perturbaba al parisino errante—. Y para complementar su enunciada vertiente erótica, los temas lésbicos o el sadomasoquismo son recurrentes y la piel de las mujeres con frecuencia adquiere colores psicodélicos. Pero fiel a la profunda dualidad que lo habita, Rendón sostiene también la visión sobre el tiempo que le ha tocado vivir, y enfrenta a las tinieblas de la subyugación o del oprobio, con recreaciones que delatan el sino trágico y sórdido del poder, plasmando sus figuras como James Ensor o Francis Bacon, en la frontera de lo repulsivo.

El artista, obsesionado por algunos temas perversos de la Biblia —“el libro de los despropósitos”, como le gusta denominarlo—, enfatiza que uno de los pocos legados del cristianismo fue el maravilloso arte que produjo. Allí su perspectiva posee la singularidad de la ironía, atizando su crítica a “una religión tan cruel que propone la salvación en el dolor”. Y así como ha dibujado Cristos bebiendo Coca Cola o con una mano desprendida de la cruz, también es notoria su intención burlesca, ofensiva, cuando pinta a Judith cenando sosegadamente mientras la cabeza de Holofernes reposa en una bandeja, a Eva de picnic con un Adán negro, a Jacob luchando con un ángel de patéticas garras, a los mensajeros divinos vestidos con ligueros y a las santas semidesnudas con aureola dorada, como blasfemo homenaje a su querido Giotto. En otras palabras, la Biblia fecunda de ironía gran parte de sus creaciones artísticas.

Nacido en Medellín en 1933, este virtuoso del dibujo, y especializado en pintura mural y grabado en la Academia de Bellas Artes de Florencia, fue el encargado de despertar durante los años sesenta el universo de la obra gráfica aletargada en Colombia, para contarnos con sus aguafuertes, linóleos y puntasecas la aciaga realidad política y social de nuestro territorio, denunciando masacres y desplazamientos, para rigurosamente ir construyendo con la fuerza de su trazo una de las visiones más arraigadas en nuestro trágico devenir. 


"Ellas se defienden solas", grabado de Augusto Rendón

No obstante aquí es fundamental aclarar que a pesar del antecedente temático inevitable —la serie Desastres de la guerra elaborada por Goya—, de sus atmósferas en filiación con las piezas gráficas de Rembrandt —ese genio holandés que se impuso descifrar el trabajo de la luz—, y del fértil diálogo estético con Pedro Alcántara Herrán (su compañero de generación artífice de espléndidas serigrafías), en Augusto Rendón los grabados poseen el macabro delirio de su cosmos personal como se evidencia en Mataos los unos a los otros y Primera víctima, y también fundamentan su característico cinismo imperante en Ellas se defienden solas y en muchos de sus demenciales caballos bélicos.  


Nonálogo de la violencia, No 3, dibujo y óleo sobre papel. Obra de Augusto Rendón
En la brillante serie Nonálogo de la violencia, realizada al carboncillo sobre papel e iluminada con óleo azul (fechada en 1968), el artista antioqueño entrega su poderío expresionista con despiadada conciencia, y plasma uno de los momentos notables del arte colombiano, pues “es al infierno de lo bello a donde queremos descender ahora”, como lo había sentenciado Karl Rosenkranz en la introducción a la Estética de la fealdad.

"Tríptico de La Gabarra". Obra de Augusto Rendón

Y mientras en sus dibujos la desgarradura y la injusticia son representadas sin piedad al propender por una barbarie estética, en sus óleos —a veces eclipsados por el resplandor de su obra gráfica— los obispos esgrimen su ignominia, los dictadores ostentan su abyección camino al matrimonio (como en Las farsas), los toreros son asesinados por su oscuro enemigo ritual provocando nuestra hilaridad, y las hechizantes mujeres de la antigüedad —ya mencionadas— exponen su luminosa desnudez ante figuras masculinas fantasmales. Pero también en una obra de mayor densidad como su magistral Tríptico de La Gabarra, que interpreta la masacre ejecutada por los paramilitares en 1999 en ese apartado lugar de Colombia, somos conducidos de una conquista amorosa (en la primera de sus imágenes azuladas) al rojo relato del genocidio en la segunda y posteriormente a la verde representación de un hombre desollado que abraza a una mujer escapada del exterminio, logrando allí la síntesis enunciada al comienzo, de los dos cauces que lo persiguen sin sosiego (erotismo y violencia), y esto para complementar ante nuestros ojos un universo marcado por los signos de identidad de un ser, que aún cree en el arte como el último refugio del hombre.



Obra de Augusto Rendón en

Augusto Rendón: La locura o el quinto jinete del Apocalipsis

Por Juan Manuel Roca
Hace más de cuatro décadas trabaja entre nosotros un grabador que rebasa el contexto nacional, alguien que debería demandar un interés sin orillas geográficas, si la crítica —y no solo la historia— cumpliera con un deber esclarecedor, con una valoración que no responda a las modas ni a los cánones basados en el mercado y en lo que dicte, sea cual sea, la metrópoli de turno.
 Augusto Rendón ha llevado una vida dedicada al arte más allá de las figuraciones –en un tiempo era un hecho reiterado el que obtuviera premios en los salones nacionales-, y durante algún tiempo ha pasado a la tras-escena voluntaria, a una especie de asordinamiento de su obra. Una obra que ahora, con esta retrospectiva de grabados que incluyen un par de trabajos de su época de estudiante en Italia, se le revela a muchos como un tesoro escondido.
 Ningún grabador colombiano ha realizado más grabados sobre el imaginario del país desde una mitología personal, sobre las diferentes capas de sus violencias, desde la masacre de Santa Bárbara, valga de ejemplo, hasta nuestros días. Eso, se podría decir, no es un valor estético en sí mismo, no pasaría (como ocurre en muchos casos de la plástica colombiana) de ser un aporte a la historia de nuestro arte pero no al arte, un enclave importante para la sociología, de no estar realizado de manera magistral con el virtuosismo propio de un gran dibujante y grabador que no se queda en la reproducción de un destino social, de un mimetismo con la realidad inmediata..
 Como ocurre con ciertos sucesos grabados por Francisco de Goya y Lucientes en una época de España descrita con su habitual ironía por Carlos Marx, cuando señalaba que ese país estaba dividido en dos partes, una que producía ideas sin actos y otra que producía actos sin ideas, tal como ocurre en la Colombia de ahora. Lo mismo pasa con Augusto Rendón, él tiene la capacidad de asomarse a esos dos mundos excluyentes para mirar desde el arte nuestra  tragedia colectiva.
Al mencionar a Goya vale la pena recordar la banalidad con la que una mujer habitualmente lúcida, descartó algunas obras de Rendón por sus vecindades estéticas con el genio develador del “sueño de la razón” que ya sabemos los seres teratológicos que produce. Lo mismo ha podido decir de los grabados de Carlos Correa o inclusive de ciertas atmósferas de Juan Antonio Roda y, por supuesto, descartar también con tal argumento muchos dibujos goyescos de su admirado José Luis Cuevas, uno de sus “cuatro monstruos cardinales”.
 Qué duda cabe, Rendón es quien de manera más feroz y permanente introduce la realidad colombiana en sus estampas, más allá de asuntos episódicos o anecdóticos. Augusto Rendón es al grabado lo que Alejandro Obregón es a la pintura, según las palabras de Samuel Vásquez, es decir, un explorador de símbolos de raigambre colombiana universalizados por una visión para nada aldeana, muy distante de la vieja pintura de los cuadros de costumbres.
 Hay una pregunta rondando sobre el  por qué de la relación más estrecha existente entre las circunstancias sociales y el grabado y su reiterada mirada crítica de cualquier entorno, que la que existe en relación con la pintura. Quizá ese carácter no sea programático y a lo mejor nazca de manera inconsciente de las estampas seriadas, de su claro objetivo divulgador que rebasa la mirada única, privatizada. Pero claro, la obra seriada funciona de modo muy diferente en los países latinoamericanos y en los Estados Unidos, por ejemplo. Si acá se realiza –y hablo de los auténticos grabadores- por un deseo de difusión social, de una mayor cobertura para un público sin grandes alcances monetarios, allá se hace por razones económicas, para ampliar los ingresos de galeristas y artistas que casi siempre hacen del grabado un sucedáneo de su arte.
 En este punto hablar de la necesidad de crear un museo del grabado en el país, como el que existe en México, cuando tenemos una notable tradición vapuleada por el manoseo de artistas que sólo hacían dibujos mordidos en algo puesto en boga de manera espuria, es algo más que un guiño caprichoso, es una carencia más de nuestra cultura visual. En un ámbito así, en un gran salón que historie a nuestros grabadores, se podría ver la importancia de la obra de Augusto Rendón, algo que es sin duda un epicentro de este arte en Colombia y un punto de necesaria referencia en Latinoamérica.
 Podría señalarse para la obra de Augusto Rendón algo que expresara Luis Vidales en torno a la percepción del mundo y del arte: “no siempre nos detenemos a pensar en la diferencia que existe entre el reflejo del mundo en la mente y la forma como transcriben este mundo en la plástica las ficciones visuales”. Y es lo que hace Rendón. Fija o graba en su mente lo que el mundo exterior le entrega y por una suerte de alquimia personal lo convierte en una ficción visual, en un efecto sedicioso. Lo dijo Óscar Wilde: “allí donde el hombre cultivado capta un efecto, el hombre sin cultura pesca un resfriado.”
 La presencia de la muerte, por ejemplo, aparece en muchos grabados de Rendón sin la exclusión de un Eros lacerante. Entre la inhibición que produce la muerte y la atracción que seduce desde el erotismo, hay un efecto que se tiende como un puente colgante que conduce del sueño a la vigilia, o de manera contraria, para crear una realidad de naturaleza onírica. No es la violencia en una instancia fotográfica ni estadística sino en un estadio mítico, tocado de leyendas.
 Y aparece entonces, como rasgo esencial, un capítulo de la locura, de la vesania en un país que huye de sí mismo, que practica la autofagia de manera dolorosa, un país que va en su propia nave de los locos (stultifera navis como la evoca Michel Foucault) hacia un mañana incierto, hacia tierras movedizas.
No es algo cercano a la Cura de la locura del Bosco ni a los grabados medievales, pero ¿quién se niega a entrever en nuestra violencia un pasaje atrasado de la Edad Media, una forma de la insania mental que nuestro grabador atrapa en sus caballos y jinetes, en una suerte de Apocalipsis de entrecasa? Es el lenguaje bífido, la doble lengua de la razón que cubre nuestra manera de ser entre el espejo y el adentro, como aquellos que lavan su máscara antes de lavarse la cara.
Hay grabados de Rendón que tienen al fondo unos paisajes ausentes, unos árboles donde además del fruto puede balancearse el ahorcado, jinetes que caen de un corcel como en una metáfora del poder, perros que rabian, obispos que galopan sobre su fasto y sus poderes, toda una iconografía del miedo.
 No es la suya una obra complaciente. Ni amable. Ni satisfecha. Es una ardiente manera de evocar lo que de hábito se esconde bajo la alfombra de la costumbre.
 Hay en toda la obra de Augusto Rendón una fidelidad a sus obsesiones, un sentido refractario de frente a la obediencia, un deseo claro de no correr detrás de la historia que es lo propio de la moda.
 No son los suyos grabados-jerga, grabados-argot hechos a la medida de los tiempos, es decir transitorios, son más bien grabados que más allá de adentrase en las técnicas mixtas de la aguatinta y el aguafuerte con una habilidad que parece natural, son un lenguaje de trazos que no evaden ni la abstracción ni lo figurativo, pues se entremezclan para totalizar un universo plástico de gran vigor, de honda fortaleza. Más allá de algunos episodios que pudieron suscitar la ejecución de estos grabados, brotados de nuestra cruenta realidad, son obras que pueden hablarle al espectador de cualquier lugar, de cualquier momento.
 Si para Rendón la locura es una suerte de quinto jinete del Apocalipsis, algo que podría ser la larga noche de la sin razón, sus grabados son un fiel testimonio de este aserto que opera como liberación, como testimonio estético de una larga encrucijada de la historia. Es una apuesta moral contra el ultraje del hombre y sus entornos ominosos.



Obra de Augusto Rendón en

El maestro Augusto Rendón

Augusto Rendón: "La Gabarra", Tríptico, primera parte.
Por Fernando Guinard
Pariente lejano de Clara Sierra, la terrateniente y ganadera más recordada del país, hijo de un exitoso contador que cayó en desgracia cuando negoció con café, egresado de la Academia de Bellas Artes de San Marcos en Florencia, Italia, casado en primeras nupcias con la condesa toscana Gioietta Gioia, todo parecía indicar que Rendón sería un antioqueño burgués, pero no fue así, sólo llegó a ser uno de los mejores grabadores en la historia del arte al lado de Durero, Rembrandt, Goya, Köllwitz y Picasso.
En el año 1963, Augusto Rendón ganó el primer premio de grabado en el XV Salón Nacional de Artistas con la obra titulada Santa Bárbara, una protesta contra la masacre realizada en el pueblo antioqueño de ese nombre y donde murieron muchos sindicalistas que ejercían el derecho al paro. Fue la primera vez que premiaron un aguafuerte en la historia del arte colombiano. El grabado y el dibujo eran artes menores comparados con la pintura que siempre había sido considerada como la "prinma donna" en los salones nacionales. Los artistas sociales, llamados "comprometidos" por los detractores de la tendencia que se caracterizó por denunciar los abusos del poder por medio de dibujos, aguafuertes y pinturas, con una fuerza y fogosidad mucho más expresiva que cualquiera de las fotografías de los más audaces reporteros gráficos de la época, arrasaron con los más importantes premios en disputa. El pintor Alejandro Obregón fue declarado "fuera de concurso" con la pintura titulada Genocidio, que representaba los estertores de la muerte debidos a las guerras fraticidas ocurridas en el país desde el año 1947.
Ya mucho antes, el poeta Paul Valery había dicho que la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen en favor de gentes que sí se conocen pero no se masacran.
Carlos Granada recibió siete mil pesos por el premio de pintura con la obra titulada Solo con su muerte, una denuncia frontal que mostraba el abandono de la niñez inocente víctima de la sevicia de los asesinos.
Pedro Alcántara Herrán recibió mil pesos, que habían descontado del premio de grabado, por el dibujo titulado Naturaleza muerta, y Rendón recibió los dos mil que quedaban por el grabado La masacre de Santa Bárbara. Era una atmósfera mortuoria que impregnaba el ambiente real y el ambiente plástico en Colombia.
Eran artistas sociales y sensibles que no se podían quedar indiferentes frente a la atroz realidad, además, se oponían a la doctrina abstraccionista y a las recetas cosmopolitas del arte decorativo y sin contenido espiritual.
Con mucho sentimiento, a veces con burla, pero con gran seriedad y energía, ha plasmado su mirada sobre los abusos e injusticias sociales del establecimiento. Ha denunciado las masacres y el sufrimiento de las decenas de niños que mueren diariamente de hambre en Colombia, y la tragedia de aquellos que estando vivos, están muertos, porque les han negado la educación.
Además, de frente y sin ironía, se ha burlado de los mitos jerárquicos de las organizaciones religiosas y militares y de los políticos que tienen al país al borde del colapso.



Por esa época, el caballo, animal noble de formas plásticas concretas y armoniosas, es el protagonista de las escenas y simboliza a los que no tienen voz.
Cuando se contorsiona y relincha, exorciza la pesadilla de la realidad nacional en medio de atmósferas dramáticas iluminadas con las luces del más allá. El hombre reside en la tierra más allá de la matanza y los falos extravagantes significan el poder fecundante de los desposeídos que algún día poblaran la tierra exentos de hambre, frío y pobreza. Cumplen una función revulsiva contra los moralistas que ven pornografía hasta en una mata de plátano.
Hay quienes piensan que Rendón es mejor grabador que pintor. Él dice que en la época de estudiante en la Academia de Bellas Artes de Florencia tuvo la oportunidad de conocer al pintor y escritor Carlo Levy, autor de un libro muy famoso que fue llevado al cine llamado Cristo se detuvo en Eboli. Los críticos literarios consideraban que el autor del libro era un magnífico pintor y los críticos de arte pensaban que el pintor Levy era un excelente escritor.
Augusto Rendón define al verdadero artista como un artesano y no como un ser endiosado a quien el éxito se le sube a la cabeza, le deforma el pensamiento y le mata la imaginación. De esos que no cambian de estilo y cuya fórmula rentable los ha posicionado en el mercado del sabor comercial.
Rendón, al contrario, pinta para no vender su obra a una burguesía insulsa. Si alguna persona se identifica con su propuesta plástica y le interesa adquirir un trabajo suyo en el taller, siente una gran satisfacción, si no les gusta la obra y no le compran, le da lo mismo, pues él pinta por goce personal y es coleccionista de su propia obra. Piensa, como Picasso, que el artista es un coleccionista pobre, y como no puede comprar las obras maestras del Renacimiento, las copia, pues el arte es algo muy sencillo, es simplemente una expresión personal con un poquito de habilidad.
Leonel Góngora fue uno de sus grandes amigos. Hubo un momento en que el vulgo confundía el trabajo de los dos, como sucedió en una época con los trabajos de Braque y Picasso. Nadie copiaba a nadie, eran, simplemente, energías gemelas. Hay muchos artistas que buscan con desespero la originalidad para no estar out en la tuerta visión de aquellos que consideran las influencias como nefastas. Para Rendón el arte no consiste en ser original, pues la originalidad no existe. Las influencias dan origen a nuevos estilos, así como la mezcla de razas da origen a nuevas razas.


Augusto Rendón: "El rito"


Augusto Rendón describe el erotismo como un juego de seducción cuyo elemento clave es la sutileza que permite alcanzar los más bellos objetos del deseo. La meta final es la realización del goce erótico, así como la meta final del proceso creativo es la realización del goce estético. El sexo es la única acción por la que vale la pena vivir, cuando se acaba, la gente se muere.
Cuando su pintura se detiene en temas místicos originados en la mitología judeo-cristiana, continúa con su crítica innata y su tono burlesco. Como no es creyente, considera a la religión como una droga más dañina que cualquiera de las psicotrópicas que consumen aquellas personas con otras concepciones culturales.

Entrevista a Rendón: El mundo ideal para mí sería sin el hombre


Augusto Rendón: "Centauro y sirena"
Por Ricardo Rondón
Pariente lejano de Clara Sierra, la terrateniente y ganadera más recordada del país, hijo de un exitoso contador que cayó en desgracia cuando negoció con café, egresado de la Academia de Bellas Artes de San Marcos, en Florencia, Italia, casado en primera nupcias con la condesa toscana Gioietta Giogia, todo parecía indicar que Augusto Rendón Sierra sería un antioqueño burgués, pero no fue así; sólo llegó a ser uno de los mejores grabadores en la historia del arte al lado de Durero, Rembrandt, Goya, Köllwitz y Picasso.
Batallador y contestatario, rebelde y atormentado por todos los daños y dolores que produce la humanidad, Rendón siempre ha protestado contra los excesos de poder y su correspondiente violencia, y la ha plasmado en sus cuadros de furias terribles, y al mismo tiempo magníficas y voluptuosas.
Define al verdadero artista como un artesano y no como un ser endiosado a quien el éxito se le sube a la cabeza, le deforma el pensamiento y le mata la imaginación.
Rendón, al contrario, pinta para no vender su obra a una burguesía insulsa. Él pinta por goce personal y es coleccionista de su propia obra.
Augusto Rendón es uno de los siete espíritus embrujados por el arte que se inscriben en el más reciente libro de Fernando Guinard, a manera de homenaje, en El espíritu creador.
Conversaciones con el artista.

Cuál es la luz más bella para pintar. ¿La luz de Fredonia, la luz del Páramo de Sumapaz, o la luz de los cerros capitalinos en octubre?
La luz de Bogotá, indudablemente. Yo tengo una vista sobre gran parte de la sabana y sobre el horizonte por donde se oculta el sol. Y me siento muy afortunado de poder disfrutar de los atardeceres bogotanos.

¿Le gusta interpretar las fantásticas formas de los arreboles?
Muchos dibujos míos han salido de los arreboles, de las nubes, de todas estas batallas de monstruos antediluvianos que se ven en el firmamento.

¿Esas luchas, esas batallas, también ha sido consigo mismo?
Esa lucha ha sido una constante.

¿En qué momento se jodieron los pintores colombianos?
El momento exacto no lo sé porque yo no había nacido todavía, pero de todas maneras la gran ignorancia que existe en nuestro medio ha sido el lastre tremendo para sobrevivir económicamente, por la gran frivolidad que existe entre la gente que se dice culta en este país: que para entender una obra de arte se necesita la asesoría de un crítico, ya que no acuden a criterios personales. No compran la obra que les gusta sino la que cuenta con el aval de los críticos oficiales.
¿Cuál es su aroma preferido?
El aroma del brasier, el aroma de la ropa íntima.

No me diga que un cuadro o un grabado suyo salen de su olfato...
Para mí el olfato ha sido muy importante y muy crítico en mi trabajo, porque me gustaría que las obras tuvieran olor.

¿Cuáles son los colores que más lo deslumbran?
Los azules cobaltos, los azules cerúleos, y las tierras.

¿Qué influencias o qué escuelas lo marcaron?
Bueno, en ese sentido yo he sido muy impresionable, y todas las escuelas me fueron marcando, y si algún pintor me gustaba, trataba de interpretarlo a mi manera.

¿Van Gogh lo sorprendió?
Muchísimo, y yo siempre he tratado de ser expresionista.

¿Qué dice de Cézanne?
Me motivó en una época joven y fui un seguidor suyo, pero después se fueron presentando otros pintores que me iban enriqueciendo el acervo pictórico.

¿Es usted anticlerical?
Al ciento por ciento, no soporto los manipuladores de ninguna especie, y más los que manipulan la ingenuidad y la simpleza de los otros.


¿Pero le gusta Zurbarán?
Sí, me gusta su dramatismo y su sensualidad.

¿Y Miguel Ángel?
Es el sumo escultor para mí y el artista por excelencia.

¿Lo conmueve Da Vinci?
Si, fue tal vez de los primeros pintores que me conmovió por su vida tan rica en vivencias del espíritu y de la mente.

Porque eso es un artista, maestro: espíritu y mente...
Sí, Leonardo era un ser superior, un fanático de la vida, y la investigó en todos sus aspectos.

Pero usted es terrible, y también voluptuoso y doloroso, sobre todo en los cuadros donde refleja su rebeldía, su inconformidad y su amargara...
Sí, eso es muy cierto. Claro que no es una amargura negativa, pero si es la amargura de ver que somos impotentes para dar una solución.

¿Cómo sería el mundo ideal?
El mundo ideal para mí sería sin el ser humano sin el hombre.

No me imagino un mundo habitado sólo por las bestias…
Bueno, eso tampoco me lo imagino, sin embargo si uno se atiene a los descubrimientos de aquellas grandes bestias antediluvianas, pues aparentemente el mundo era más armónico.

¿Hablando de bestias, qué le sugiere el toro?
El toro es la gran fuerza bruta, irracional,  pero que posee toda esa belleza de lo incontrolable, y, sin embargo, e hombre siendo un ser pensante, es mucho más bestia que el toro.

¿Por eso es que usted mata al hombre en sus cuadros frente al toro?
Sí, porque veo la sevicia con que se atormenta al animal.

Usted ha dicho que hay una proximidad erótico- sexual entre toro y torero...
Pues en alguna oportunidad, en un análisis que hacía Ortega y Gasett, decía algo muy acertado al respecto, que el toro, esa especie de minotauro, representaba la masculinidad, y el hombre, que se ofrendaba al toro, estaba representando la feminidad.

¿Qué le ocurre cuando termina uno de esos cuadros donde describe a pulso y a ley la barbarie?
Trato de hacer un poco de claridad y conciencia en las demás personas, para que vean que el mal siempre tiene un aspecto complejo y la belleza en ocasiones puede asistirlo.

¿Qué piensa del amor?
El amor es tan supremamente abstracto que no podría darte una respuesta concreta.

¿Cómo recuerda su amor de la condesa toscana Gioietta Giogia?
Eso pertenece al gran fresco del pasado.

¿Hoy en día con quien tararea el italiano?
Lo tarareo con Tabuchi, con Umberto Eco, Gesualdo Bufalino e Italo Calvino.

¿Qué poetas le gusta frecuentar?
Tengo dos grandes amigos antagónicos pero que estimo muchísimo que son Juan Manuel Roca y Jotamario.

¿Le gusta algo del nuevo arte?
Pues el arte siempre ha sido uno, lo demás es una serie de modas que lo adornan por los bordecitos, y que no le aportan mayor cosa.

¿Ya hizo el cuadro que siempre soñó?
Pues si lo hice no me he dado cuenta y sigo buscándolo, y espero no encontrarlo nunca porque lo emocionante es la búsueda, no el encuentro, o sea, «vivir la vida sin pensar en coronarla con la muerte.

¿Se puede saber por qué pintó el Ánge de la Guarda con liguero y medias coloradas?
Todos los tratados sobre ángeles, hablan sobre su ausencia de sexo, sin embargo el primer ángel que uno conoce es el de la Guarda, y tienes unas connotaciones muy femeninas que recuerdan a la madre, a las tías, a todas estas mujeres que te conformaron de una forma u otra.

¿Cómo es usted en su estado natural?
Yo creo que ahí vuelve a salir en míster Hyde que todos llevamos adentro.

¿Cómo mastica su soledad?
Rodeándome de amigas

¿Es el sexo su droga más frecuente?
Pues lo es hombre, usted es un adivino.

Óleo contra la violencia: asedio a Augusto Rendón

Por Jairo Patiño Pérez

Esos domingos eran un poco más domingos, cuando llegaba su pa­dre o cualquiera de los tíos de un pueblo cercano o del centro de Medellín, y traía debajo del brazo una bolsa dentro de la que había un cuadernito y unos lápices de colores. El recién llegado agarraba la bolsa-regalo, estiraba la mano y la entregaba diciendo: "Te traje esto". Entonces él la recibía con una sonrisa absoluta, miraba con ojos de gratitud, y se sentaba en una esquina. Abría ese cofre de plástico, sacaba el regalo y se de­jaba invadir de olores. De ese aroma que sólo tienen los lápices nuevos y las hojas vírgenes de un cuaderno.
Luego de esas alegrías vino la pintura. Fue como una forma de hacer sólidos esos olores, y enton­ces los lápices y las hojas empe­zaron a tener mucho trabajo. Primero unos dibujos simples, y luego un día a día que convirtie­ron a Augusto Rendón en artis­ta. En pintor... Ya pasaron unos sesenta años de esas primeras "obras" y esos "lienzitos de pa­pel" se convirtieron en colección de obras, exposiciones, premios y reconocimiento en todo el mundo.
Rendón acaba de hacer una de las recopilaciones más impor­tantes de su obra, y la ha colgado en la galería Fábula de Bogotá. Es una muestra que recorre todos los años de su carrera y allí se puede ver la esencia y el cami­no que ha seguido para llegar a ser uno de los personajes más importantes de la plástica nacio­nal. "Yo siempre he tratado de ser muy incoherente con mi obra –dice Rendón–, porque además de plasmar aquellos estados de ánimo me gusta variar los temas. Soy un gran lec­tor de 'La Biblia', de Las mil y una noches, y de mucha literatura que tiene que ver con lo fantástico entre ellos Jorge Luis Borges. Entonces parto de todas estas mitologías, y me considero todo un estudioso de esa historia fantástica del hombre".
Sus cuadros son su forma de ver el mundo. El tema que pre­domina en ellos es la violencia y los desnudos "para mostrar el mundo tal como es", dice. Así mismo, la tauromaquia también es la inspiración de muchas de sus obras, pero la presenta de una forma especial porque el héroe no es el torero sino el toro que siempre gana esas batallas congeladas en sus cuadros.
Los temas religiosos también tienen un espacio especial en sus trabajos, y son imágenes que vie­nen desde los años de colegio cuando una profesora, cansada de tanta distracción e indiferen­cia del "alumno Rendón", lo con­virtió en algo así como el ilustra­dor de sus palabras, y todo lo que ella iba explicando el "pequeño artista" lo iba plasmando con ti­zas de colores en el tablero verde oscuro. La clase de religión se hi­zo la más amada.
"Estudié en un colegio de rnonjas de La Presentación. Tuve unas profesoras terribles, de esas casti­gadoras, de pellizco y de vainas de esas. Pero entre todas esas me encontré con una que se dio cuenta que yo sabía dibujar, y que era muy desatento en las cla­ses porque siempre me la pasaba dibujando. Era la clase de reli­gión, que ella enseñaba apoyada en el evangelio, y a mí me ponía en el tablero a dibujar el episodio que estaba explicando. Esa clase yo la esperaba ansiosamente".

Augusto Rendón: "Toreros muertos"

¿Pinta tauromaquia porque le gusta?..
No, a mí siempre me ha lla­mado la atención la violencia en todos sus aspectos. El hombre, es supremamente violento y convierte el sacrificio cruento en un espectá­culo.

¿Es una protesta?
En toda la tauromaquia que he trabajado desde hace muchos años, incluso desde que era estu­diante de bellas artes, yo siempre he pintado al toro atacando al tore­ro. Matando al torero. Digamos que el toro es el que llevaba las de ganar.

¿Qué otros temas y per­sonajes se encuentran en su obra?
Hay muchos temas bíbli­cos. Por ejemplo está la histo­ria bellísima de de Judith y Holofernes, y es una historia que no te la explican muy bien dentro de La Biblia, pero que deja ver entre líneas el amor de este general imbatible que perdió la cabeza por su pasión. Entonces yo lo he toma­do como un simbolismo que se utiliza mucho en nuestra época. Uno se enamora y pierde la cabeza en manos de una mujer ¿o no?

¿Cómo es su proceso de creación artística?
Pues yo creo que es una especie de diálogo. No quiero ser esnobista en eso, pero para mí es muy dificultoso el acto de pintar. Yo admiro aquella gente que pinta fácilmente, que realiza un cuadro sin ningún problema aparente. Yo pongo una tela de cualquier medida, no tengo así medidas específicas, la templo sobre la pared y me pongo a mirarla, a ver qué me empieza a decir. A veces se producen manchas por la refracción de la luz, o a veces en ese diálogo mudo que se estable­ce empieza de pronto a nacer una idea. Esa idea, de todas maneras, tiene un origen en el conocimiento que ya he experimentado.

¿Por qué terminó en la pin­tura?
El primer recuerdo que tengo es que me encantaba dibujar, y uno de los grandes regalos que a mí me podían hacer, que me fascinaba en esa época, era cuando me traían una cajita de colores y un cuadernito. Inclusive me seducía el olor del papel fresco y de los lápices, que siempre tienen unos olores especiales... Todas las cosas tie­nen un olor, y yo soy muy sensi­ble a esos olores. Incluso los libros. Hay libros que me gustan por el olor que despiden.. ."Tengo varios recuerdos tempranos de mi niñez. Incluso guardo la imagen de una mujer que era la que nos cuidaba, y con quien salíamos al campo. Ella recogía el barro de una quebrada y hacía unos caba­llitos que después los forraba con trapitos. Los vestía. Ese recuer­do me quedó muy grabado, y de ahí creo que sea el origen de los caballos de mi pintura.

¿Para dónde va su oficio, su carrera?
Eso es una incógnita, y lo ha sido siempre. Además, uno está rodeado de muchas dudas. Yo siempre tengo miedo de si lo que hice vale, o no tiene valor. Sirve, o no sirve para algo. De todas maneras tengo muy presente una ense­ñanza de Alejandro Obregón, que fue uno de los pintores colombianos que más he admi­rado... Alguna vez comentába­mos sobre ese bellísimo mural que está en la Biblioteca Luis Ángel Arango. Es abstracto. Es una gran abstracción, pero en un rinconcito hay un pajarito sobre unas piedras. Entonces le pre­gunté a Alejandro por qué pintó ese pájaro que no tenía nada que ver con el tema. Y me dijo, "es que está hecho a la altura de los niños, para que los niños se entretengan". Yo dije claro. Esa es la finalidad del arte: entretener a los niños. No buscar originali­dades que ya no existen porque ya todo se hizo.

Tiempos del Mundo
16 de noviembre de 2000